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lunes, 19 de octubre de 2009

J. A. Caride: Política y Educación Ambiental: el proceso educativo y la construcción de la sustentabilidad.

Soraya y Gurutzne con J. A. Caride en el VI Congreso IBeroamericano de EA

José Antonio Caride: Política y Educación Ambiental: el proceso educativo y la construcción de la sustentabilidad.
Por mucho que puedan dar de si los moldes de la sustentabilidad, nunca podrá obviarse que los discursos y prácticas que se hagan en nombre del desarrollo han de ser, ante todo y sobre todo coherentes, ética y moralmente en el quehacer de la política y de los políticos, así como en los fines que han de satisfacer la educación -toda educación y la educación de todos- y los educadores, sea cual sea en terreno institucional o cívico en el que desempeñen su labor. Una educación que además de problematizar la realidad y denunciar todas aquellas circunstancias que limitan o condicionan la dignidad humana, reivindique y contribuya a una profunda transformación de la sociedad y de sus estilos de desarrollo, habilitando nuevos cauces para la globalización y la convivencia: más libre, equitativa, solidaria, justa, democrática, pacífica, sustentable ... ante los peligros que subyacen al poder expansivo de los mercados y a los insaciables apetitos de la economía neo liberal, para los que el medio ambiente siempre constituye una codiciada fuente de recursos, sujetos a procesos de negociación, persuasión, ofertas y demandas, "cuya metamorfosis de significados y significantes crece y mengua de acuerdo con los cambiantes intereses humanos" (Robottom, 1995: 14).
Por ello, como ya afirmamos tiempo atrás (Caride y Meira, 2001), en la medida en que la crisis ambiental no es ideológicamente neutral, ni ajena a intereses económicos o sociales, la praxis educativa tampoco lo puede ser; tanto como que la política forma parte de la naturaleza misma de la educación, por lo que los problemas de la educación non son exclusivamente pedagógicos, sino esencial y radicalmente políticos (Freire, 1990), hasta el punto de sentirnos permanentemente llamados a vivir la práctica educativa siendo consecuentes con las opciones políticas -y también con las pedagógicas- a las que se remite. Una situación en la que están latentes muchos de los argumentos que salen al paso de los interrogantes que se abren en este eje temático cuando se cruza la política (en un sentido amplio, que implica participación ciudadana y prácticas democráticas) con la Educación Ambiental; de las políticas que la expanden o contraen, que la reivindican o cuestionan, que la afirman o niegan. Puede que ese también sea, pasada la euforia, el destino de la Educación para el Desarrollo Sostenible y, en general, de cualquier educación que haya buscado en sus apellidos (Ambiental, Intercultural, Inclusiva, etc.) o en sus para (la Ciudadanía, la Salud, la Paz, el Desarrollo, etc.) compensar las limitaciones e insuficiencias que históricamente la han ido alejando modos de educar más abiertos, holísticos e integrales.
Mientras tanto, más cerca de la intuición y del razonamiento que de las datos contrastados (léase investigación educativa y social, metodológica y empíricamente rigurosa), tanto en la educación como en la política -o lo que es lo mismo, las ideologías y las creencias y los valores con las que se construye el pensamiento y se interpreta la realidad-, se ponen de manifiesto apreciaciones divergentes acerca de cómo caracterizar las actuales tendencias del desarrollo en términos ambientales; del lugar que ocupa la sostenibilidad y su educación en las agendas políticas; de las relaciones establecidas o por establecer entre los poderes públicos y la Educación Ambiental; de la incidencia de los procesos políticos en las prioridades educativo-ambientales o de las posibilidades que éstas tienen de ser vitalizadas por aquellos; o, ya para concluir, con qué principios y objetivos deberá la Educación Ambiental incorporarse a los programas de las políticas públicas (locales, nacionales, supranacionales), con programas que incidan -con mayor o menor énfasis- en sus vertientes educativa, ambiental y, de ser factible, en ambas.
Sin que renunciemos a una lectura crítica de las acepciones -duras y blandas- de la Educación Ambiental, de la Educación para el Desarrollo Sostenible, del desarrollo ambientalizado, suscribimos la necesidad de una educación que no sucumba a los dictados de una política de cortas miras, que limite sus cometidos a la tarea de "educar para conservar la Naturaleza", a "concienciar personas" o a "cambiar hábitos y conductas". Lejos de ello, apostamos por políticas que comprometan sus líneas programáticas con actuaciones mucho más profundas y comprometidas con la transformación de la sociedad, responsabilizadas con logros que acarreen más y mejores condiciones de equidad, perdurabilidad y bienestar en lo global y lo local. En la dirección señalada, aún siendo conscientes de que toda educación que se precie deberá compartir estas metas, son tareas a las que ha de ser llamada expresamente la Educación Ambiental, y si con ello se satisfacen las apetencias del eclecticismo o de un cierto consenso, la Educación Ambiental para el Desarrollo Sostenible. U na Educación Ambiental de la que resaltamos su enorme potencial como una práctica pedagógica y social de vocación crítica, estratégica y coherente con alternativas que asumen con todas sus consecuencias la permanente necesidad de renovar el pensamiento y la acción humana, especialmente cuando de esta renovación dependen los modos de vivir y convivir dialogando con los sistemas que sostienen la vida.
Con esta intención, tal y como se ha formalizado en la Agenda 21 aprobada en el Cumbre la Tierra (Río de Janeiro, 1992), la iniciativa política de las Administraciones y de la ciudadanía no se cuestiona. Muy al contrario, se alienta y solicita como una práctica cotidiana en la que ha de reflejarse el compromiso moral, pedagógico y cívico, de las comunidades para avanzar hacia un desarrollo sostenible, socialmente equitativo, ecológicamente viable y políticamente democrático.

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