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jueves, 14 de abril de 2011

González-Gaudiano: Campo de partida Educación ambiental y educación para el desarrollo sustentable: ¿tensión o transición?

Desde su legitimación como campo pedagógico, la educación ambiental (EA) se ha encontrado en un permanente antagonismo, o al menos divergencia, de enfoques y posturas teóricas y metodológicas. Ha arropado numerosos discursos, desde sus vínculos con la enseñanza de la ecología (como una rama de las ciencias naturales) y la educación para la conservación hasta los enfoques con fuertes cargas en la dimensión cívica, en la formación ciudadana (González Gaudiano y De Alba 1996; Mrazek, 1996, 1997), la educación moral y ética; la dimensión política (Robottom, 1987), desde el análisis crítico de la globalización, la inequidad social y la relación norte–sur, así como la dimensión rural (Altieri, 2004; Toledo y Castillo, 1999), por citar algunas muy representativas. Todo ello coexistiendo con enfoques ligados al conocimiento científico (Jenkins, 2003; Castillo, 2000; Castillo, Ruvalcaba y Martínez, 2002), pero también con aproximaciones a filosofías orientales (Guha y Martínez- Alier, 1997; Guha, 2000), así como con el vasto espectro de la ecoespiritualidad (Berry, 1988; Scharper, 1998; Hallman, 1994).
Asimismo, muchos de los discursos identificados en la EA se encuentran fuertemente asociados a un modo de concebir la realidad que busca la verdad universal y cree en el camino de plenitud y progreso, en el proyecto de la humanidad, en la inviolabilidad del sujeto humano y en una concepción de un mundo social e histórico ordenado por fundamentos absolutos, entre otros rasgos. Se trata de discursos inscritos dentro de la corriente esencialista que admite la subjetividad metafísica; es decir, considera al sujeto como origen y fundamento del sentido (De Peretti, 1989; Barnes, 1996).
En otras palabras, en nombre de la EA se ha justificado una pluralidad enorme de discursos que simultáneamente han apuntalado y minado una percepción social favorable de su campo1. Este resultado contradictorio suele presentarse en campos emergentes que congregan adscripciones múltiples y diversas (Reid, 2003). Esto es, al igual que ocurre en otros campos simbólicos en constitución, la EA ha sido un punto de confluencia de especialistas y practicantes no sólo provenientes de las ciencias sociales y humanas, así como de las naturales y exactas, sino de las más disímbolas actividades y creencias.
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Una profusa rofusa literatura ha surgido  sobre el desarrollo sustentable, la que también califica prácticamente todos los discursos, proclamas y programas institucionales (Plant, 1995: 254-255). Ser sustentable es un signo de los tiempos que corren, si bien Tilbury (1995: 198) señala que “aunque esta literatura ha estado de acuerdo con la educación para la ‘sustentabilidad’, ha fallado en delinear la esencia del nuevo foco y ha evadido preguntar acerca de cómo difieren respecto de los anteriores enfoques de la educación ambiental”, y señala que la educación ambiental para la sustentabilidad difiere de la EA en que se enfoca más insistentemente “en desarrollar vínculos más estrechos entre la calidad ambiental, la ecología y lo socio-económico y los hilos políticos que se entretejen entre sí”. No obstante, esa fue una de las recomendaciones de Tbilisi que no fueron aplicadas por haber puesto el acento en el ambiente verde y en la racionalidad instrumental, de tal forma que castró las posibilidades de que esa EA pudiera contribuir a cuestionar radicalmente el estado de cosas existente6. Un severo tratamiento para convertir a la EA en una educación light, acorde con el status quo, construida en base a medidas preempacadas, desarticuladas, puntuales, inmediatistas, individualizadas, ejecutables desde los distintos espacios de las esferas pública y privada y que, además, proporcionan la ilusión de que se participa en la construcción de soluciones sin hacerlo (ver Sterling, 2005).
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Sin embargo, existe el convencimiento de que el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable (2005-2014) es una oportunidad para evaluar críticamente el quehacer de los educadores ambientales, así como para reforzar las debilidades y superar los sesgos que están a la vista. Se requiere regresar a los puntos de partida, a los pronunciamientos que dieron origen al campo, revisarlos para actualizarlos; un aggiornamento para ponerlos a punto con los tiempos que corren. De la misma manera, pueden aprovecharse contribuciones que se han hecho desde la EDS y que tienen mucho sentido. Por ejemplo, Tilbury (1995) insiste en que hay que dejar de poner el acento en la educación como un proceso curricular para verla más como un proceso social; coincidiendo con Tilbury, es algo que hay que hacer para no seguir atrapados en los rituales estereotipados de la escolarización. Esto ha sido ya señalado innumerables veces, pero pareciera que hay una especie de fuerza centrípeta que vuelve a concentrar el foco en la dimensión curricular. Para luchar contra esto, también se necesitan otras vías de pensar el currículo.
La crisis ambiental es social antes que ecológica, pero eso no conduce a subsumir lo ambiental en lo social sin mediación alguna, como lo está haciendo la propuesta de la UNESCO para la instrumentación de la EDS durante la Década 2005-2014 (UNESCO, 2004). Por ello será posible observar una tensión permanente no sólo durante el decenio, sino hasta cuando la EDS empiece a mostrar sus limitaciones y problemas de diverso tipo y sea desplazada por algún otro concepto que pueda discursivamente funcionar para seguir encubriendo el ejercicio del poder, un “nuevo y paradójico eslogan político” (Stables, 2006: 159), no sin antes recibir una gran cantidad de nuevas definiciones y significados reciclados los que podrán ser analizados, interpretados y debatidos a la luz de su iterabilidad. Por todo ello, el campo estará tensionado pero también estará en transición porque, a final de cuentas, toda tensión discursiva es constitutiva de la identidad de cualquier campo.


REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN AÑO VIII, NO. 20-21 ENERO-AGOSTO 2006

Artículo completo en http://trayectorias.uanl.mx/20y21/dossier/campo_de_partida.pdf 

lunes, 4 de abril de 2011

L. H. Fonsêca: Educación ambiental a la luz de Paulo Freire

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Paulo Freire, a su vez, nos trae una reflexión sobre el pensar en la acción: “Não posso investigar o pensar dos outros, referido ao mundo se não penso. Mas, não penso autenticamente se os outros também não pensam. Simplesmente, não posso pensar pelos outros nem para os outros, nem em os outros. A investigação do pensar do povo não pode ser feita sem o povo, mas com êle, como sujeito de seu pensar. E se seu pensar é mágico ou ingênuo,será pensando o seu pensar, na ação, que êle mesmo se superará. E a superação não se faz no ato de consumir idéias, mas no de produzi-las e de transformá-las na ação e na comunidade”.(FREIRE, 1974, p. 119).
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Y ¿la EA cómo ha sido percibida en el contexto escolar?. Educar para o con el medio ambiente no es una preocupación reciente. Se puso énfasis en la década de los 60, en los países del Primer Mundo, con las críticas de los jóvenes al estilo de vida, valores y comportamientos de la sociedad consumista y depredadora de la época. (Leonardi, 1999, p. 392). 
En Brasil, la práctica de la Educación Ambiental fue consagrada en la Constitución de 1988, extendida para las tres esferas gubernamentales: Federal, Provincial y Municipal. Pero “… isso não impede que, até hoje, faltem políticas claras para a sua consecução”. (Leonardi, 1999, p. 393). Quizás, lo que más preocupa a los formuladores de políticas públicas para la Educación ambiental sea su conceptuación. Para Dias (1998, p. 25), “… a evolução dos conceitos de Educação Ambiental tem sido vinculada ao conceito de meio ambiente e ao modo como esse era percebido. O conceito de meio ambiente reduzido exclusivamente a seus aspectos naturais não permitia apreciar as interdependências, nem a contribuição das ciências sociais à compreensão e melhoria do meio ambiente humano”. 
En la visión de Freire (1970), los elementos de una acción pedagógica serán comprendidos en una perspectiva de sujetos constructores de su mundo, sujetos de acción y no de adaptación. Para el autor, es un ensinar a pensar certo y la curiosidad de saber exige una reflexión crítica y práctica, de modo que el propio discurso teórico sea aliado de la praxis y sea transformador. Conciencia, matiza Freire, es lo que define el hombre, lo que le confiere dignidad y libertad. La conciencia, condicionada, no obstante, por las relaciones sociales y por las relaciones materiales, es la base para la acción política transformadora.
Por reconocer “… a educação ambiental como permeadora de una educação transformadora e construtora de novas posturas, hábitos e condutas” (Pedrini, 1997, p. 72), consideramos que la reflexión de Paulo Freire mucho podrá orientar en la formulación de la propuesta de formación en EA, que creemos sea verdaderamente transformadora, caso sea resultante del pensamiento de la propia comunidad, por medio de la valorización,respeto y reconocimiento de sus saberes.
Caride y Meira hacen un análisis relativo al papel de la EA en la cuestión de la sostenibilidad, que no presupone sólo la concienciación sobre los males dejados por el proceso de industrializa-ción, por el crecimiento desordenado de las ciudades y por el aumento de la pobreza, sino que, sobre todo, la concienciación sobre los derechos individuales, mayormente, respecto a la creación de una nueva cultura de acción participativa. No es una educación sólo en pro del medio ambiente o para la defensa de las realidades sociales y ambientales más saludables, empero sí para el desarrollo de un proceso que formule nuevas lecturas de mundo, mediante la comprensión y vivencia planetaria, con el objetivo de la diseminación de una conciencia en pro del desarrollo integral que implique todas las esferas de la vida. (CARIDE y MEIRA, 1998, p. 11). En esa perspectiva, no se concibe que la Educación Ambiental sea abordada sólo por una asignatura o enfoque científico, sino que sea también por la solidaridad entre los saberes producidos por las diversas áreas del conocimiento.
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Javier Benayas, profesor titular del Departamento Interuniversitario de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid, en el artículo “La efectividad de la Educación como factor de Cambio Ambiental”, posiciona que: “La EA parte de un juicio y una toma de postura concreta basada en la idea de que la sociedad actual en la que vivimos se enfrenta a una serie de problemas o retos ambientales que necesitan de una urgente intervención social. Las diferentes actuaciones educativas que debemos llevar a cabo en EA deben plantearse tomando como punto de partida el análisis de esos problemas ambientales más próximos e inmediatos al individuo para que éste se implique de forma directa en la solución de estos problemas. La única EA efectiva será aquélla que logre reconducir el proceso que ha dado lugar a estas degradaciones ambientales que disminuyen y alteran la calidad de vida o mejor dicho la calidad ambiental de los ciudadanos”. (BENAYAS, 1999, p. 213-214).
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A título de conclusión, nos gustaría reafirmar la importancia de Paulo Freire que nos enseña sobre “o que fazer” “porque seu fazer é ação e reflexão. É práxis. É transformação do mundo“ (1979, p.145). Y que en el “quehacer” suyo a diario, esté siempre presente un cuidado especial hacia nuestro planeta Tierra, pues, si lo cuidamos, ciertamente, él cuidará todavia mejor de nosotros.
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Tomado de Abbas Ibrahim Zahreddine...[et al.] (2007): Tendencias de la Investigación en Educación Ambiental al desarrollo socioeducativo y comunitario. Organismo Autónomo Parques Nacionales. Ministerio de Medio Ambiente. Madrid.
Accesible en: http://www.mma.es/secciones/formacion_educacion/recursos/rec_documentos/pdf/tendencias_paginas85_133.pdf